miércoles, julio 25, 2007
La última cena
Aunque la última cena ha sido motivo de divina inspiración para Leonardo, ni Mateo ni Marcos dijeron nunca qué platos habian sido servidos durante su transcurso.
Pero es posible imaginarlos pensando que esa noche se celebraba el primer séder de Pésaj, lo que me lleva a afirmar que en la mesa estaba presente el inevitable matzá para conmemorar el Exodo.
Junto al matzá debe haber habido un bol de agua salada que evocaba las lágrimas derramadas en Egipto asi como un plato con hierbas amargas que recuerdan el amargor de la esclavitud.
Indudablemente esas hierbas, el “maror”_generalmente una mezcla de rábano picante rallado con tomillo, coriandro e hisopo, el za’atar de Israel_fueron condimentadas con aceite de oliva, muy probablemente de la variedad romaní, que es la que se daba (en el Jardín de los Olivos existen ejemplares de 2.000 años que siguen dando frutos!) en esa época en Jerusalem.
Como el Pésaj se celebra en el advenimiento de la primavera (quizás su verdadero origen fue ese, la llegada de las primicias), la mesa de la última cena debía estar decoradas con frutas frescas, almendras y nueces y ensaladas de verdes diversos, tales como diente de león y verdolagas.
Es impensable que no haya habido jarras de vino, ya que en el séder es costumbre tomar al menos cuatro vasos.
Entre el siglo I y el III, las comidas festivas (y esta lo era) solian abrirse con una sopa de verduras, aunque en la mayoria de los casos este tambien era el plato de cierre, dada la pobreza de la mayoria de los habitantes de Judea.
Pero como Jesús era un huésped tan honorable, no es desquiciado pensar que después de la sopa el anfitrión hubiera servido un cordero asado condimentado con romero silvestre, prácticamente una plaga en toda Jerusalem hasta hoy en dia.
Los postres como tales no eran costumbre judia, de modo que podemos pensar que la última cena concluyó con Jesús y sus discípulos comiendo las frutas y nueces que adornaban la mesa, todo con las manos y ayudados por el cuchillo que cada uno llevaba a las comidas, ya que para la aparición del tenedor faltaba un milenio y medio; esos dedos que quedaban pringosos y que por falta de las tambien inexistentes servilletas se lavarían en recipientes con agua.
Ninguno de esos detalles fue registrado por Da Vinci, pero estoy seguro de que estaban ahí, tan escondidos en la pintura como tan evidentemente habian estado sobre esa mesa.
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